Entre
la
alimentación
y
las
emociones
existe
un
complejo
vinculo,
tal
es
así
que
se
denomina
con
frecuencia
a
nuestro
intestino
como
nuestro
segundo
cerebro,
pues
todo
lo
que
comemos
puede
tener
su
causa
en
las
emociones
y
de
igual
manera,
nuestra
dieta
puede
condicionar
nuestro
estado
anímico
y
emocional.
LAS EMOCIONES AFECTAN NUESTRA DIETA
Muchas
veces
hemos
dicho
que
comemos
por
placer.
La
comida
no
sólo
tiene
una
función
nutritiva
sino
que
el
acto
de
comer
es
placentero,
desestresante
y
por
ello,
cuando
nos
sentimos
cansados
podemos
ir
en
busca
de
comida,
de
hecho
dormir
poco
está
relacionado
con
la
obesidad,
pues
la
falta
de
sueño
genera
estrés
y
se
incrementan
en
el
organismo
hormonas
que
elevan
los
deseos
de
ingerir
alimentos.
De
igual
manera,
cuando
estamos
ansiosos
o
con
problemas
emocionales,
podemos
ir
en
busca
de
comida
para
sentirnos
mejor,
y
en
realidad,
hay
alimentos
que
ayudan
a
calmar
la
ansiedad
porque
en
su
composición
incluyen
triptófano,
un
aminoácido
que
estimula
la
liberación
de
serotonina
y
nos
relaja
al
mismo
tiempo
que
nos
vuelve
más
felices.
Esos
alimentos
son
por
ejemplo
el
chocolate,
el
plátano,
las
nueces
o
el
yogur.
Por
supuesto,
es
normal
que
de
vez
en
cuando
nos
relajemos
y
disfrutemos
de
un
momento
placentero
como
es
comer
un
pastel
de
chocolate,
pero
la
alimentación
emocional
debe
ser
controlada,
pues
no
siempre
podemos
comer
cuando
estamos
cansados,
enojados,
tristes
o
alegres,
de
lo
contrario,
culminaríamos
con
exceso
de
comida.
No
todo
se
soluciona
comiendo.
Además,
está
comprobado
que
cuando
comemos
para
calmar
nuestras
emociones
escogemos
más
alimentos
grasos,
lo
cual
puede
desencadenar
un
exceso
de
grasas
en
la
dieta,
desequilibrando
la
misma
y
causando
enfermedades.
Esto
es
así,
porque
nuestros
antepasados
pasaban
mucho
tiempo
sin
comer
y
en
actividad,
lo
cual
es
una
situación
estresante,
y
su
cuerpo
fue
adaptado
genéticamente
para
que
al
momento
de
tener
comida
escogieran
estratégicamente
los
nutrientes
más
concentrados
en
energía
como
son
las
grasas.
Entonces,
Las
grasas
se
asocian
a
una
disminución
del
estrés
en
nuestro
cerebro.
Por
ello,
cuando
estamos
muy
cansados
quizá
reduzca
más
el
estrés
un
pastel
con
nata
que
una
manzana.
Otra
prueba
de
que
las
emociones
afectan
nuestra
dieta
es
el
hecho
de
que
cuando
estamos
tristes
muchas
veces
no
nos
cabe
bocado
o
cuando
comemos
con
nervios
la
comida
nos
cae
mal.
Y
en
casos
extremos
las
emociones
pueden
afectar
negativamente
la
digestión
provocando
un
síndrome
de
intestino
irritable
que
condiciona
posteriormente
la
calidad
de
la
dieta.
En
el
lado
positivo
de
este
vínculo
se
encuentra
nuestra
historia
emocional,
es
decir,
muchas
veces
basamos
nuestras
preferencias
o
elecciones
alimentarias
según
fueron
nuestras
emociones
en
el
pasado.
Por
ejemplo,
en
mi
caso
personal
adoro
las
pastas,
porque
las
asocio
a
mi
abuelo
y
al
vínculo
emocional
que
existía
entre
nosotros.
Asimismo,
una
persona
puede
preferir
determinada
comida
porque
le
recuerda
gratos
momentos
afectivos
o
rechazar
una
preparación
porque
se
asocia
mentalmente
a
un
feo
recuerdo.
LA DIETA AFECTA NUESTRAS EMOCIONES
La
alimentación
y
las
emociones
están
estrechamente
vinculadas
y
eso
lo
demuestra
el
hecho
de
que
al
comer
un
dulce
generalmente
nos
sentimos
más
relajados
y
mejor,
también
hemos
dicho
que
hay
alimentos
que
por
estimular
la
liberación
de
serotonina
nos
ayudan
a
sentirnos
mejor.
Por
otro
lado,
una
dieta
saludable
nos
ayuda
a
sentirnos
bien,
pues
en
el
intestino
existen
muchas
terminales
que
nerviosas
que
envían
información
al
cerebro
y
por
lo
tanto,
prevenir
alteraciones
intestinales
así
como
llevar
una
dieta
de
buena
calidad,
nos
ayuda
a
mantener
bajo
control
las
emociones.
Llevar
una
dieta
suficiente
en
micronutrientes,
con
buena
cantidad
fibra
soluble,
probióticos
y
agua,
es
un
mimo
a
nuestro
aparato
digestivo
y
al
segundo
cerebro
del
organismo.
En
el
opuesto
de
esta
compleja
relación
podemos
decir
que
una
mala
alimentación
puede
producirnos
depresión,
tal
es
así
que
se
sabe
que
una
dieta
pobre
en
antioxidantes,
rica
en
grasas
trans
y
escasa
en
micronutrientes
puede
dar
origen
a
un
estado
emocional
alterado.
Una
alimentación
rica
en
grasas
descontrola
nuestro
reloj
biológico,
impidiendo
la
conciliación
de
un
sueño
adecuado
lo
cual
se
sabe
origina
estrés
y
malestar
emocional.
Como
podemos
ver,
existe
un
círculo
cerrado
que
vincula
a
la
alimentación
con
las
emociones.
Es
una
relación
dinámica,
pues
tanto
la
comida
afecta
nuestras
emociones
como
a
la
inversa.
Para
que
nuestra
salud
sea
la
que
mayor
beneficio
obtenga
de
esta
relación,
claramente
ninguna
debe
predominar
por
sobre
la
otra,
sino
que
debe
existir
un
equilibrio.
UN EQUILIBRIO ENTRE EMOCIONES Y COMIDA
Para
que
la
alimentación
no
sea
puramente
emocional,
es
decir,
para
que
la
causa
de
nuestra
ingesta
no
se
encuentre
siempre
en
las
emociones
sino
que
más
bien
nuestro
consumo
de
alimentos
se
ajuste
más
al
hambre
real,
debemos
entender
que
la
comida
brinda
placer
y
es
un
desestresante
pero
no
soluciona
nuestros
problemas
y
sólo
calma
la
ansiedad
temporalmente.
Si
estamos angustiados y buscamos comida, pensemos que no será la
solución a esta emoción, sino que podemos recurrir a otras
actividades placenteras que no impliquen el consumo de alimentos como
son leer, escuchar música, caminar, hablar con un amigo, entre
otras.
Si
dejamos
que
ante
cada
emoción
nuestro
cuerpo
ingrese
comida,
culminaremos
con
un
exceso
de
calorías
que
puede
desencadenar
obesidad
a
largo
plazo.
Pero
si
por
el
contrario
reprimimos
nuestros
deseos
de
comer
algo
dulce
de
vez
en
cuando
también
estaremos
alterando
el
equilibrio
entre
emociones
y
comida,
pues
cuando
nos
permitamos
por
fin
comer
un
pastel
no
lo
disfrutaremos
y
posteriormente
a
su
ingesta
sentiremos
culpa
por
haberlo
hecho,
cuando
es
totalmente
normal
sentir
placer
por
un
poco
de
dulce.
Entonces,
para
establecer
un
equilibrio
que
no
perjudique
nuestra
salud,
debemos
controlar
la
alimentación
por
emociones
y
al
mismo
tiempo,
debemos
permitirnos
de
vez
en
cuando
comer
por
placer,
disfrutando
de
una
preparación
sabrosa
y
cargada
de
emociones,
pero
si
volvemos
habitual
este
acto
que
vincula
emociones
y
comida,
podemos
caer
en
un
círculo
perjudicial
para
el
organismo.